Vladimir Alexander tiene muy firme su meta de llegar a San Antonio, Texas, acompañado de su familia, pues allá los espera su tía Susana, a quien no ve desde hace cinco años, mientras abraza su sueño para no perderlo, pues quiere terminar sus estudios y pertenecer a un equipo de futbol.
Originario de El Salvador, recordó que salió de su país un 14 de febrero, tardó en llegar a esta frontera 27 días, se traslado en vehículos y autobuses, entró al sur de México en una lancha y aunque su meta esta bien trazada el camino ha sido difícil, principalmente al entrar a un albergue ya que ahí conoció lo que es la desesperación, tristeza y depresión, al sentirse como un preso.
Contó que en esos momentos de ansiedad y ganas de llorar por la situación que vivía, la escuela Pascual Ortiz Rubio, fue una luz de esperanza en este camino de movilidad que está enfrentando, pues pensar en estudiar y tener amigos de su edad lo invadió de alegría, ingresó a sexto grado de primaria, aunque en su país iba iniciando la secundaria.
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“ Me siento muy bien en la escuela, es bueno repasar para llegar un poquito más preparado a mi destino, mis compañeros me recibieron de lo mejor, me incluyeron a jugar futbol, todos los de mi salón son mis amigos ”, expresó Vladimir .
Contó que no ha batallado para entender las asignaturas en la escuela, pues dice que lo único que ha notado diferente es el nombre de las materias.
El menor dijo que ha batallado un poco para conocer a los personajes históricos y de la política en México, sin embargo, ayer mientras estaba en la clase, le tocó trabajar colaborando biografías, por lo que pensó que eso le ayudaba a conocer mejor México, comentó extrañado incluso: “Hasta visten a los niños de ellos (personajes de historia)”.
Vladimir, lleva en Ciudad Juárez más de medio año y ha pasado por un mar de emociones entre las que destaca el amor a su país.
“ Extraño muchísimo mi país, sí me gustaría regresar, quisiera estar allá o mejor regresarme, aquí ya estoy aburrido, es muy estresante, hay veces que me dan ganas de llorar ”, exclamó con gran nostalgia.
Al llegar a esta frontera, el jovencito relató, que llegó al albergue más grande, en el que sí lo dejaban salir los fines de semana y salía en compañía de sus padres a pasear, pero debido a la gran cantidad de migrantes tuvo que moverse a la Casa del Migrante, pues no había comida, su alimentación diaria era pan, agua, lentejas y galletas.
Vladimir de 13 años de edad, está acompañado de sus padres y dos hermanos, uno de 8 años que está en tercero y otro de 11 años, en quinto grado ambos en la misma primaria que él.
Ya entró en confianza hasta confesó estar enamorado, pues ya tiene novia, la cual es originaria de Michoacán, pero vive en esta ciudad, bromeó diciendo que tiene una novia en el albergue y una en la escuela.