Diariamente se ven migrantes que se avientan al río Bravo algunos con temor, otros lo hacen sin pensarlo, pero quienes más padecen el terror son los niños y niñas.
Para estas personas en situación de movilidad, esos dos a cinco minutos de cruzar el río son eternos, aunque saben que no los tapa y no lleva corriente sienten miedo.
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Antes de entrar al río, este miércoles una niña no paraba de llorar, pues no quería entrar al río, aparte de que está frío.
“Tranquila hija que tu eres fuerte, puedes”, le gritaba su madre para calmarla.
Entre sus prendas, la menor guardaba documentación, por lo que al entrar al río su madre nuevamente le pedía que agarrara los papeles en sus dientes, para que no se le fueran a soltar.
Los más pequeños son a quienes cruzan en los hombros y muchas veces ni se dan cuenta de lo que está ocurriendo.
Ya estando en la orilla del río es cuando realmente las madres entran en estrés y desesperación, pues comienzan a gritar a sus hijos e hijas que no tengan miedo, se jalonean, comienza el llanto.
Algunos traen varios niños y muchas veces tienen que apoyarse de otros connacionales para que ellos les ayuden a cruzar a sus hijos o peor aún tener que dejarlos solos de otro lado, pero todo con la finalidad de llegar a Estados Unidos y trabajar y especialmente pensando en brindar a sus hijos una mejor calidad de vida.