Los extraterrestres suelen ser materia prima de escenarios apocalípticos. Hubo, sin embargo, dos alienígenas que inspiraron lo contrario. Dos seres que —bajo el nombre de Daft Punk— demostraron que los humanoides pueden ofrecer un futuro exento de catástrofes.
Pero hay algo que no concuerda del todo con ese futurismo simpático de fiestas marcianas. Daft Punk anunció su fin cuando la fiesta apenas comenzaba. Literalmente se autodestruyeron en su video de despedida, que colgaron a sus redes hace casi un año, poco después de que Elon Musk anunciara que Tesla haría la primera misión tripulada a Marte. Ese día quedó claro que la fiesta espacial que imaginaron en el videoclip de One more time no estaba entre los planes de Tesla.
Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter iniciaron el viaje de Daft Punk en 1993, cuando la música electrónica ponía ritmo a un mundo inquieto de nuevas experiencias tras décadas de música beligerante e ideológica.
Ricard Robles vivió aquello desde una zona estratégica para el desarrollo conjunto entre la música electrónica, la música indie y el mundo pop: el Festival Sónar de Barcelona. Como cofundador de este encuentro, recuerda la vez que decidió fichar a los chicos parisinos para que actuaran en un escenario para seis mil personas. En entrevista con El Sol de México, reconoce que no sabía si Daft Punk iba a llenar el foro, pero decidió confiar aunque Homework llevaba solo unos meses en el mercado.
“Honestamente, el interés tan abrumador del público fue una sorpresa para nosotros y para muchos. Daft Punk era una propuesta artística del festival, por supuesto relevante en términos comerciales en aquel momento, pero nunca hasta entonces una banda —dúo en este caso— de música de baile había despertado un fervor tan amplio y multitudinario. Daft Punk creaba audiencias. Y por cierto, en esa actuación todavía no usaban ni cascos ni pirámides ni escenografías extraordinarias. Fue un auténtico éxtasis 100% musical”, recuerda Robles.
Lo que se gestó en aquella recta final de la década de 1990 fue el inicio de una transgresión tecnológica y musical a gran escala, según cuenta Diana Santorelli en su libro Daft Punk: A trip inside the pyramid (2014).
Gracias a Homework (1997) —sugiere Santorelli— cientos de productores voltearon a la música electrónica para verla no como una exquisitez gourmet, sino como un plato de gusto universal que podía satisfacer casi cualquier paladar.
“Homework aparece y rompe el molde: con una audiencia entregada al baile, su propuesta es revisar y triturar sonidos que vienen de más lejos en el tiempo y aterrizar en la cultura electrónica, valiéndose de sus aspectos sonoros más novedosos. Daft Punk vuelve al funk, al disco, al hip-hop, al electro y a otros sonidos que, aunque masivos, de alguna forma siempre fueron subestimados por la cultura beligerante del rock”, explica el codirector de Sónar.
Lo que vino después fue una transición de Daft Punk hacia una máquina de éxitos. Detrás de una iconografía marciana que les permitió el anonimato, los robots asumieron el papel del robot simpático que te empuja hacia un futuro siempre deseable, siempre mejor, como el R2D2 noble que siempre tiende la mano.
Con la entrada del nuevo milenio, los humanoides más humanos fabricaron canciones que fueron mantras. Cantaron sobre la posibilidad de hacer realidad el amor digital una década antes que Tinder (Digital Love). Y también imaginaron, varios años antes de que se inventaran los cohetes de SpaceX, cómo sería un transporte más resistente, más eficaz, más fuerte y más rápido (Harder, Better, Faster, Stronger).
“De alguna forma esos robots —los personajes creados por Daft Punk— idealizan una especie de futuro amable que entonces, antes del fin del milenio, todavía era algo idealizado. Sospecho, no obstante, que finalmente fue una forma de conservar su intimidad, de poner una cierta distancia para seguir haciendo el tipo de vida que ellos perseguían”, asegura Robles.
De algún modo, el dúo francés musicalizó la carrera tecnológica que hoy hace posibles las entregas de Amazon, los Mercedes autónomos, las inversiones con criptomonedas y los robots que bailan como Mick Jagger. Casualidad o no, su primer álbum formal, Homework (1997), vio la luz el mismo año en que a Serguéi Brin y Larry Page se les ocurrió utilizar un término matemático para bautizar a su disparatado invento: Google.
Musicalmente la revolución tampoco fue menor. Hace exactamente 25 años, el 20 de enero de 1997, Daft Punk se inauguró como la gran promesa del pop desde una trinchera a la que pocos, muy pocos, habían recurrido: la música electrónica.
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A menudo relacionado con la experimentación y la vanguardia, el género electrónico aún era música de nichos en la década de 1990. Muchos se negaban a la idea de que una máquina pudiera hacerlos bailar. En Silicon Valley, sin embargo, había gente que vislumbraba eso y mucho más. Ese mismo año, apenas ocho meses después de que Da Funk y Around the world se convirtieran en himnos generacionales, Steve Jobs asumió las riendas definitivas de Apple.
Lo que persiguieron, al final, fue un mismo objetivo: humanizar la música. Su último álbum, Random access memories (2013) —que curiosamente elude a ese espacio de la computadora donde se guardan los datos que sólo se utilizan al momento— es una oda a la música negra del siglo XX que ellos mismos enterraron y revivieron cuantas veces quisieron.
Queda claro entonces que, para Daft Punk, el pasado siempre fue presente, y el futuro, un lugar en el que siempre estuvieron.