Memorias de Chihuahua
Máximo Castillo: La Reivindicación del Escolta de Madero en la Batalla de Casas Grandes, acusado por los estaunidenses de gestar la Explosión del Túnel de Cubres
El historiador Jesús Vargas Valdés descubrió y publicó en 2003 las Memorias de Máximo Castillo, revolucionario chihuahuense y escolta de Francisco I. Madero, tituladas "La simple historia de mi vida". Estas memorias, refieren a la época durante su detención en una cárcel estadounidense entre 1914 y 1915, ofrecen un relato detallado de la vida de Castillo en la Revolución.
El texto proporciona una visión directa de las experiencias en la trinchera y en las reuniones políticas y militares donde se tomaban decisiones estratégicas. Jesús Vargas, tras 17 años de investigación sobre la revolución en Chihuahua, rescató, editó y complementó las memorias de Castillo en el volumen "Máximo Castillo y la Revolución en Chihuahua".
Máximo Castillo nace en 1864 en Chihuahua, creciendo bajo la opresión del régimen porfirista. Con el incentivo de los ideales democráticos de Francisco I. Madero, se une al movimiento armado en 1910 a los 46 años. En 1911 conoce a Madero personalmente, participando en su recibimiento al regresar a México de su exilio en EUA . Sin embargo, al intentar tomar la plaza de Casas Grandes son vencidos por las fuerzas porfiristas.
Así describe Castillo uno de los momento durante la batalla:
(...) A la voz de que habían matado a un compañero vino el señor Madero, a la curiosidad de ver el muerto. En el momento en que el enemigo nos hacía muy nutrido tiroteo, al señor Madero le pasaban las balas muy cerca de la cabeza. Y me preguntaba:
-¿Qué es eso que zumba?
-Son las balas que así chillan. Sí, señor, quítese de aquí, váyase a su lugar porque lo matan.
-No hombre, si son muy malos para tirar.
-No, señor, ahí tiene usted la muestra (...).
Ese mismo día, Castillo salva la vida a Madero, al alejarlo, herido, del campo de batalla:
-Ya lo hirieron -le dije, porque vi que soltó la carabina.
-Creo que no; le pegaron a la carabina, retachó y se me durmió el brazo.
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Seguimos adelante; luego llegamos a un arroyito que estaba a unos diez pasos, nos paramos y le alcé la manga de la camiseta que estaba muy ajustada, porque lo vi que movía mucho los dedos como para saber si estaba herido, luego le noté el hilito de sangre y se vio el agujerito.
-Sí me hirieron -dijo.
Seguimos; luego que llegamos a un llanito limpio, vi una caballería que iba por la izquierda, muy cerca, ya cortándonos la retirada. A nuestra espalda nos seguía una infantería acompañada de un cañón; además, nos hacían un nutrido fuego a unos 200 pasos de nosotros, a la derecha, otra caballería. La lluvia de balas de fusil y de cañón que nos caía era tan nutrida, y tan repetidas las granadas que reventaban entre nosotros, que nos vimos obligados a dejarnos caer al suelo.
-Déjese caer, señor Madero -le dije yo.
Y me contestó:
-¿Para qué...? Se revuelca uno mucho.
Con esta contestación me dio mucha pena, y cuando reventaba la granada me vi obligado a permanecer parado (...)
Castillo salvó la vida de Madero en más de una ocasión, incluyendo después de la toma de Ciudad Juárez. Tras el descontento de los generales Orozco y Villa por la falta de recursos para sus tropas, Castillo intervino para proteger a Madero en el palacio municipal de Ciudad Juárez:
Madero nombró a Castillo jefe de escoltas por su valentía y fidelidad, acompañándolo en eventos clave como la entrada triunfal a Ciudad de México en 1911. Durante un encuentro con Zapata en Morelos, Castillo se inspira en las ideas agraristas de Zapata, lo que provoca su desilusión con Madero al percibir su falta de compromiso con la reforma agraria.
Las memorias de Castillo ofrecen una visión crítica de Madero, revelando su falta de confianza en los campesinos y su inclinación a entregar el mando a los militares porfiristas, lo que contribuyó al fracaso de la Revolución.
Máximo Castillo fue detenido por las tropas estadounidenses y encarcelado en Fort Bliss tras ser culpado injustamente por la tragedia en Cumbre Tunnel, donde murieron más de cincuenta personas. A pesar de ser interrogado, se demostró su inocencia y se descubrió que fue un chivo expiatorio.
Tras dos años en prisión, fue liberado y exiliado a Cuba en 1916, donde falleció en 1919 a los cincuenta y cinco años. Poco se sabe de sus años finales antes de su muerte. Su esposa murió tres años después en Chihuahua, donde se le honra con escuelas y calles con su nombre. Las memorias que escribió en la cárcel hoy son un sustento para entender el desarrollo de la revolución mexicana en Casas Grandes.