/ viernes 4 de diciembre de 2020

Martín Caparrós aborda el temor a la muerte en su novela Sinfín

Hoy Caparrós publica un libro que invita a la reflexión sobre la muerte: palabra que los reportes de archivero han convertido en palabreja

A Martín Caparrós le gusta ver rostros, pero no el suyo. Nada nuevo para quien está acostumbrado a ver caras donde otros sólo ven números. O políticas. O dinero. O nada.

Confinado a las afueras de Madrid, donde la pandemia ha sido particularmente agresiva, Caparrós dice sentirse “un poco idiota” por hablarle a una pantalla.

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Desde hace semanas que lucha por encontrar la forma de eliminar su rostro en zoom. “Eso de que uno tenga que verse a sí mismo mientras habla es patético”. Quiere ver caras y contar historias: no ser el protagonista de ellas.

En esta conversación virtual que brinda en exclusiva para El Sol de México, confiesa que nunca ha creído en el tipo de esperanza que ofrece la religión. No lo dice como opinión llana sino como advertencia. Porque para muchos, su nueva novela, Sinfín (2020), es una especie de profecía de los temores que ha desatado la pandemia. Aunque él prefiere verla como el libro de un miedo anunciado: el miedo a la intemperie, a la desnudez ante lo incierto. Y no hay nada más incierto que la fecha en que vamos a morir.

Hombre de realidad que vive para la realidad incluso en su ficción, Caparrós juega con su bigote cano que le confiere ciertos aires proféticos. Él es un tipo incrédulo de todo lo que prometa el paraíso.

Hoy Caparrós publica un libro que invita a la reflexión sobre la muerte: palabra que los reportes de archivero han convertido en palabreja: Muerte por neumonía atípica /Muerte por covid /106,000 muertes en México/ 452,000 en América Latina.

Sinfín (2020, Literatura Random House) es una distopía bastante pertinente sobre cómo lidiar con la muerte ahora que la humanidad lucha contra un virus armada con poco más que caretas y cubrebocas. En esta distopía, el autor se pregunta cómo sería el mundo en 50 años y resulta que varias de las cosas que escribió ya suceden en el mundo pandémico, donde la realidad material va perdiendo espacio frente a las realidades virtuales. “El libro se publicó antes de la pandemia, pero la pandemia lo confirmó”, afirma.

En la novela Caparrós habla sobre cómo el desarrollo de ciertos nacionalismos conduce invariablemente al desastre. Y vaya que de eso el siglo XX es un gran instructivo. Entre todo ese caos geopolítico, plantea la lucha de la humanidad contra la muerte en un tiempo en el que pareciera que la ciencia está lista para reemplazar a la religión. A partir de esa premisa, teje la historia de sociedades que transfirieren cerebros a computadoras para construir pequeños paraísos en los que la gente podrá vivir sus fantasías después de muertos.

“Puede parecer un delirio, pero lo que escribí está basado en cosas que ya están siendo investigadas y en las que mucha gente trabaja e invierte millones de dólares”, comenta el autor.

Para él, el coronavirus ha puesto al mundo en una situación inusitada en la que todos aceptan que nada importa más que el miedo a perder la vida. "Por eso toleramos que se tomaran medidas que antes jamás hubiésemos tolerado por ninguna otra razón: los confinamientos, el cierre de negocios, el parón a la economía, los problemas sociales. El miedo a la muerte, que siempre es decisivo, nunca tuvo un lugar tan público como en 2020".

Caparrós considera humillante que lo más fuerte que le ha sucedido a la civilización en muchos años no sea producto de un esfuerzo humano, sino por "un bichito" de un murciélago chino.

"Hemos comprobado lo frágiles que son nuestros sistemas, que hasta hace poco creíamos inamovibles y hasta eternos. Y ahora este bichito nos recuerda nuestra fragilidad y nuestra noción de la muerte: porque a veces olvidamos que, cuando morimos, un pequeño mundo muere también con nosotros".

Caparrós quisiera salir a la calle y contar todos esos mundos perdidos. Sus 63 años y el virus se lo impiden. Por eso está encerrado en lo suyo: la maquinación de historias. Y preparando un libro que, dice, reflexionará desde la crónica qué es América Latina: su casa.

LA DECADENCIA DEL CRISTIANISMO

Ante esa frialdad que se traduce en incertidumbre que carcome toda esperanza, no queda más que preguntarse hacia dónde va este Titanic donde hay primera, segunda y tercera clase. Y no: Dios parece andar un poco ocupado. Porque a diferencia de la peste negra, la peste bubónica o la gripe española, en esta pandemia, intuye Caparrós, la respuesta no está en la plegaria.

“Las religiones están perdiendo su lugar en las sociedades. Hasta hace muy poco tiempo, una situación como la que vivimos ahora habría llevado a una especie de entusiasmo religioso extraordinario, con procesiones, misas, rezos y prerrogativas divinas. Esta vez, sin embargo, no hubo nada. Sólo un momento simbólico que, quizás, en 100 años, se cite como el día en que se consumó la decadencia del cristianismo”, observa.

Se refiere al 6 de abril de 2020, cuando los noticiarios del mundo anunciaron un hecho insólito: «El Vaticano ordena cerrar todas las iglesias de Roma por pandemia».

“¡Roma! ¡El centro de la cristiandad!… En vez de abrir sus iglesias para pedir a Dios que nos salvara de esta plaga, las cerraron. Es un símbolo muy fuerte”, reflexiona el periodista.

Pero como la vida sin sentido es más una especulación filosófica que un materialismo palpable, Caparrós prefiere hacer caso de lo que alguna vez le dijo su tía Porota: “En algo hay que creer”.

“Entonces tratamos de creer en la ciencia. El problema es que en la ciencia no se puede creer: se puede confiar. Porque la ciencia está basada en la duda, no en la creencia. La ciencia consiste en dudar todo el tiempo. Uno no puede creer en la ciencia en lugar de la religión porque son asuntos completamente contrarios. Estamos en un momento de transición extraño. Pero no olvidemos que Dios hace todo lo posible por no morirse, y en parte lo consigue”, asegura.

¿SOMOS PEORES O MEJORES?

A Martín Caparrós no le agrada mucho eso de que la pandemia ha sacado lo peor y lo mejor de la humanidad. Para este escritor no existen los absolutos: le resultan engañosos.

Cuando comenzó la emergencia sanitaria, recuerda que algunos reporteros le llamaron para saber qué opinaba sobre un reporte de la FAO que indicaba que el coronavirus causaría hasta 130 millones de personas más en situación de hambre.

“Me cabreé un poco”, dice el autor de El hambre (2014), el ensayo que explica por qué, mientras usted lee esto, mueren 25 mil personas por falta de alimento. “¿Cómo es posible que me hablen para preguntarme sobre un problema gravísimo que ya existía desde antes? Ya antes de todo esto había 800 millones de personas en el mundo que sufrían hambre. La pandemia, por el momento, no ha cambiado cualitativamente nada, pero sí ha agudizado cuantitativamente muchas cosas”.

A Caparrós no le sorprende que pronto surjan movimientos sociales por toda América Latina. Tampoco que en España comiencen a hacerse severos cuestionamientos sobre la salud pública. Pero lo que más temor le genera es que, ante la imposibilidad de sostenerse de algo, ante la dificultad de tener esperanza, la humanidad viva un nuevo episodio de extremismo. Y que los movimientos nacionalistas recobren más fuerza de la que ya estaban teniendo.

A Martín Caparrós le gusta ver rostros, pero no el suyo. Nada nuevo para quien está acostumbrado a ver caras donde otros sólo ven números. O políticas. O dinero. O nada.

Confinado a las afueras de Madrid, donde la pandemia ha sido particularmente agresiva, Caparrós dice sentirse “un poco idiota” por hablarle a una pantalla.

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Desde hace semanas que lucha por encontrar la forma de eliminar su rostro en zoom. “Eso de que uno tenga que verse a sí mismo mientras habla es patético”. Quiere ver caras y contar historias: no ser el protagonista de ellas.

En esta conversación virtual que brinda en exclusiva para El Sol de México, confiesa que nunca ha creído en el tipo de esperanza que ofrece la religión. No lo dice como opinión llana sino como advertencia. Porque para muchos, su nueva novela, Sinfín (2020), es una especie de profecía de los temores que ha desatado la pandemia. Aunque él prefiere verla como el libro de un miedo anunciado: el miedo a la intemperie, a la desnudez ante lo incierto. Y no hay nada más incierto que la fecha en que vamos a morir.

Hombre de realidad que vive para la realidad incluso en su ficción, Caparrós juega con su bigote cano que le confiere ciertos aires proféticos. Él es un tipo incrédulo de todo lo que prometa el paraíso.

Hoy Caparrós publica un libro que invita a la reflexión sobre la muerte: palabra que los reportes de archivero han convertido en palabreja: Muerte por neumonía atípica /Muerte por covid /106,000 muertes en México/ 452,000 en América Latina.

Sinfín (2020, Literatura Random House) es una distopía bastante pertinente sobre cómo lidiar con la muerte ahora que la humanidad lucha contra un virus armada con poco más que caretas y cubrebocas. En esta distopía, el autor se pregunta cómo sería el mundo en 50 años y resulta que varias de las cosas que escribió ya suceden en el mundo pandémico, donde la realidad material va perdiendo espacio frente a las realidades virtuales. “El libro se publicó antes de la pandemia, pero la pandemia lo confirmó”, afirma.

En la novela Caparrós habla sobre cómo el desarrollo de ciertos nacionalismos conduce invariablemente al desastre. Y vaya que de eso el siglo XX es un gran instructivo. Entre todo ese caos geopolítico, plantea la lucha de la humanidad contra la muerte en un tiempo en el que pareciera que la ciencia está lista para reemplazar a la religión. A partir de esa premisa, teje la historia de sociedades que transfirieren cerebros a computadoras para construir pequeños paraísos en los que la gente podrá vivir sus fantasías después de muertos.

“Puede parecer un delirio, pero lo que escribí está basado en cosas que ya están siendo investigadas y en las que mucha gente trabaja e invierte millones de dólares”, comenta el autor.

Para él, el coronavirus ha puesto al mundo en una situación inusitada en la que todos aceptan que nada importa más que el miedo a perder la vida. "Por eso toleramos que se tomaran medidas que antes jamás hubiésemos tolerado por ninguna otra razón: los confinamientos, el cierre de negocios, el parón a la economía, los problemas sociales. El miedo a la muerte, que siempre es decisivo, nunca tuvo un lugar tan público como en 2020".

Caparrós considera humillante que lo más fuerte que le ha sucedido a la civilización en muchos años no sea producto de un esfuerzo humano, sino por "un bichito" de un murciélago chino.

"Hemos comprobado lo frágiles que son nuestros sistemas, que hasta hace poco creíamos inamovibles y hasta eternos. Y ahora este bichito nos recuerda nuestra fragilidad y nuestra noción de la muerte: porque a veces olvidamos que, cuando morimos, un pequeño mundo muere también con nosotros".

Caparrós quisiera salir a la calle y contar todos esos mundos perdidos. Sus 63 años y el virus se lo impiden. Por eso está encerrado en lo suyo: la maquinación de historias. Y preparando un libro que, dice, reflexionará desde la crónica qué es América Latina: su casa.

LA DECADENCIA DEL CRISTIANISMO

Ante esa frialdad que se traduce en incertidumbre que carcome toda esperanza, no queda más que preguntarse hacia dónde va este Titanic donde hay primera, segunda y tercera clase. Y no: Dios parece andar un poco ocupado. Porque a diferencia de la peste negra, la peste bubónica o la gripe española, en esta pandemia, intuye Caparrós, la respuesta no está en la plegaria.

“Las religiones están perdiendo su lugar en las sociedades. Hasta hace muy poco tiempo, una situación como la que vivimos ahora habría llevado a una especie de entusiasmo religioso extraordinario, con procesiones, misas, rezos y prerrogativas divinas. Esta vez, sin embargo, no hubo nada. Sólo un momento simbólico que, quizás, en 100 años, se cite como el día en que se consumó la decadencia del cristianismo”, observa.

Se refiere al 6 de abril de 2020, cuando los noticiarios del mundo anunciaron un hecho insólito: «El Vaticano ordena cerrar todas las iglesias de Roma por pandemia».

“¡Roma! ¡El centro de la cristiandad!… En vez de abrir sus iglesias para pedir a Dios que nos salvara de esta plaga, las cerraron. Es un símbolo muy fuerte”, reflexiona el periodista.

Pero como la vida sin sentido es más una especulación filosófica que un materialismo palpable, Caparrós prefiere hacer caso de lo que alguna vez le dijo su tía Porota: “En algo hay que creer”.

“Entonces tratamos de creer en la ciencia. El problema es que en la ciencia no se puede creer: se puede confiar. Porque la ciencia está basada en la duda, no en la creencia. La ciencia consiste en dudar todo el tiempo. Uno no puede creer en la ciencia en lugar de la religión porque son asuntos completamente contrarios. Estamos en un momento de transición extraño. Pero no olvidemos que Dios hace todo lo posible por no morirse, y en parte lo consigue”, asegura.

¿SOMOS PEORES O MEJORES?

A Martín Caparrós no le agrada mucho eso de que la pandemia ha sacado lo peor y lo mejor de la humanidad. Para este escritor no existen los absolutos: le resultan engañosos.

Cuando comenzó la emergencia sanitaria, recuerda que algunos reporteros le llamaron para saber qué opinaba sobre un reporte de la FAO que indicaba que el coronavirus causaría hasta 130 millones de personas más en situación de hambre.

“Me cabreé un poco”, dice el autor de El hambre (2014), el ensayo que explica por qué, mientras usted lee esto, mueren 25 mil personas por falta de alimento. “¿Cómo es posible que me hablen para preguntarme sobre un problema gravísimo que ya existía desde antes? Ya antes de todo esto había 800 millones de personas en el mundo que sufrían hambre. La pandemia, por el momento, no ha cambiado cualitativamente nada, pero sí ha agudizado cuantitativamente muchas cosas”.

A Caparrós no le sorprende que pronto surjan movimientos sociales por toda América Latina. Tampoco que en España comiencen a hacerse severos cuestionamientos sobre la salud pública. Pero lo que más temor le genera es que, ante la imposibilidad de sostenerse de algo, ante la dificultad de tener esperanza, la humanidad viva un nuevo episodio de extremismo. Y que los movimientos nacionalistas recobren más fuerza de la que ya estaban teniendo.

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