Memorias de Chihuahua
Antes del desenlace de la Revolución Mexicana, la Hacienda de San Diego, fue propiedad de la familia Terrazas, destacaba como una de las propiedades privadas más extensas del país y fue el último gran proyecto de Luis Terrazas, el prominente terrateniente, militar, político, empresario y nueve veces gobernador de Chihuahua logró, consolidar una de las mayores fortunas de su época partiendo de una modesta herencia tras el fallecimiento de su padre en 1849, cuando apenas contaba con 19 años. Su crecimiento constante en influencia y riqueza perduró hasta su fallecimiento en 1923.
La prosperidad de Terrazas estuvo intrínsecamente ligada a su familia, quienes asumieron responsabilidades en diversas empresas, incluido su primo Joaquín Terrazas mejor conocido como el azote de los parches, encargado de labores como el enfrentamiento con los apaches, y la gestión de sus vastas propiedades, entre las que se incluía la hacienda de San Diego. Estos negocios, que empleaban a una gran cantidad de personas, se desarrollaban en un latifundio de más de dos millones de hectáreas, representando más del diez por ciento del territorio de Chihuahua el cual es el estado más grande de México, dedicado principalmente a la cría de ganado.
Terrazas, además de su faceta como capitalista infatigable, supo aprovechar ventajas políticas clave. Su apoyo decisivo al presidente Juárez durante la intervención francesa le aseguró un respaldo duradero y su ascenso como gobernador de Chihuahua en múltiples ocasiones. Durante el porfiriato, encontró en el gobierno una sintonía con sus intereses, protegiendo y ampliando su fortuna al forjar alianzas con la élite política. Sin embargo, su afinidad con el dictador Porfirio Díaz lo convirtió en un objetivo marcado durante el estallido de la Revolución.
Tras la batalla de Casas Grandes el 07 de marzo, la hacienda de San Diego se convirtió en el lugar donde Francisco I. Madero fue proclamado líder de la Revolución, asumiendo prácticamente la presidencia mientras Terrazas se hallaba en el exilio en California. No fue hasta 1912 que regresó a Chihuahua, tras recibir garantías de seguridad por parte de Madero, y se enfocó en evaluar los daños en sus haciendas. Lamentablemente, el gobierno de Madero fue efímero y dio paso a un clima hostil hacia los Terrazas por parte de Pancho Villa.
En los primeros días de diciembre de 1913, Pancho Villa irrumpe en la ciudad de Chihuahua, siendo designado gobernador militar por los líderes revolucionarios. Su enfoque primordial era desaparecer el poder de los Terrazas. Emitió un decreto de subsidio sobre la carne, la cual provenía del ganado del latifundio del exgobernador, para hacerla accesible al pueblo. Además, ordenó la transformación de la Quinta Carolina, una de las haciendas clave de los Terrazas, en una universidad. Asimismo, demolió el Monumento a la Batalla de El Mortero, símbolo militar asociado al éxito de Terrazas, confiscó los bienes del patriarca y redistribuyó las haciendas entre sus generales.
Estas medidas desencadenaron un éxodo masivo de los Terrazas, quienes al llegar a El Paso, arrendaron la residencia del senador Albert Fall. Desde donde Luis Terrazas incansablemente señalaría los daños sufridos a sus propiedades durante la Revolución y destacó que la División del Norte se había financiado saqueando sus bienes. Por primera vez en una carta enviada a Venustiano Carranza mencionó su trayectoria militar y política, así como su servicio a la República. Pocos meses después, Venustiano Carranza derogó la expropiación villista de sus propiedades y Terrazas logró regresar a Chihuahua en 1920 tras recibir una carta de Obregón, quien hace reconocimiento de su trayectoria y lo conmina a regresar a su tierra natal en donde finalmente moriría a los 93 años el 1923.
Tras el fallecimiento de Terrazas, surgió un debate entre los líderes del nuevo régimen sobre si debían otorgarle los reconocimientos militares al veterano general de la Reforma. La zona militar en Chihuahua consultó a la Secretaría de la Defensa Nacional, que rechazó los honores argumentando que don Luis ya no ostentaba el rango de general por licencia. A pesar de la orden, el comandante de la zona dispuso que cadetes montaran una guardia de honor en su memoria. En el atrio del Santuario de Guadalupe en Chihuahua, donde reposan sus restos en una tumba de mármol, no hay epitafio alguno, excepto el título de general otorgado por Juárez, el cual Terrazas llevaba con orgullo.
El caso del latifundio de Terrazas es emblemático la concentración desmesurada de la propiedad territorial y el control político contribuyeron a la desigualdad social previa a la Revolución mexicana. La célebre frase de Luis Terrazas, "Yo no soy de Chihuahua, Chihuahua es mío", va más allá de la arrogancia de un cacique que subraya el poder que otorga la posesión de vastos territorios y una sólida influencia política.
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