/ domingo 4 de marzo de 2018

Es muy fácil inventar monstruos… Guillermo del Toro

Asuntos Pendientes Antes de Morir

El año de 1897, desde el 1 de enero hasta el 15 de diciembre, en Le Magazin d'éducation et de récréation, una revista publicada quincenalmente en Francia, se publicó una novela por entregas (que apareció completa en tanto libro el 24 de junio de ese mismo año), titulada Le sphinx des glaces (La esfinge de los hielos). El autor de la misma era un tal Jules Verne.

Verne, que había nacido en la ciudad de Nantes el año de 1828, además de visionario se convertiría, gracias a los oficios traductores de Charles Baudelaire, en un seguidor, discípulo y amante irredento de un ignoto escritor estadounidense —tanto o más maldito que el propio Baudelaire— que, sin embargo, había fascinado con su prosa poética al enfant terrible de la literatura francesa del siglo XIX. Aquel escritor se llamaba Edgar Allan Poe y había muerto casi cinco décadas antes, con precisión el 7 de octubre de 1849.

La esfinge de los hielos era, además de un homenaje, una continuación de la novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym de Nantucket, la única escrita por Poe, quien siempre prefirió el arte del cuento y los relatos cortos por encima de las historias largas y, consecuentemente, confusas.

Las aventuras de Arthur Gordon Pym de Nantucket es una novela de culto en tanto es mala y caótica en exceso, amén de ser la única que escribió Poe. Pero, al mismo tiempo, contiene la dialética enrevesada y absurda, la poesía infame y aterrenal, de uno de los escritores más complejos y fascinantes de la literatura universal. Tanto, que su final es tan ambiguo y absurdo como lo era la mente Poe en ese tiempo: una mente brillante atribulada por el alcohol y el laudano.

Sin tecnología ni redes sociales de por medio, con tan sólo los viajes de navíos que comunicaban a Francia con Inglaterra a través del Canal de la Mancha, y lo mismo a Inglaterra con los Estados Unidos, la novela inconclusa de Poe, y su conclusión relatada por Verne, son dos historias débiles que dan pie a una completamente colosal. Dos narrativas, dos lenguas, que buscan descifrar un misterio en las regiones inéditas del Polo Sur.

En semanas recientes, la película The shape of the water del cineasta mexicano Guillermo del Toro, la cual detenta la mayor cantidad de nominaciones (13) en la que será la 90 entrega de los Premios Oscar, ha sido objeto de controversia en tanto se le acusa a un mismo tiempo de ser un plagio de un cortometraje holandés (The space between us) y de la obra teatral Let me hear you whisper, original del dramaturgo estadounidense Paul Zindel.

En una y otra y otra obra, un ser vivo cuyo elemento vital es el agua, algo parecido a un monstruo, pero al mismo tiempo, poético —y, si no un monstruo, un ser opuesto o disímbolo o diferente a la antropología de lo que hoy conocemos como homo sapiens—, es objeto de adoración por parte de tres mujeres distintas a las que les va la vida en liberarlo. Y es así para en un acto de catarsis liberarse a ellas mismas, o para encontrar en ese monstruo-objeto-hombre una forma de darle sentido a sus vidas.

Las historias, sin duda, se parecen. Específicamente en cuanto a su premisa: “Si libero al monstruo habré liberado al mundo de esa parte absurda de dolor y odio que tácimente le pertenece. Y en el festín de dicha libertad acaso encuentre el sentido que le hace falta a mi vida: pertenecer a algo, a alguien, a quien, en desafío abierto al establishment, no debería siquiera imaginar”.

En la conferencia de prensa que tuvo lugar después de la ceremonia en que se concedieron los premios Golden Globe, y en la cual Guillermo del Toro fue premiado como Mejor Director, una periodista de origen chino preguntó: “Usted tiene la extraordinaria habilidad de ver el lado oscuro de la naturaleza humana, la fantasía y el terror, pero también es una persona alegre y amorosa… ¿Cómo puede hallar tal balance?” Del Toro, sin pensarlo siquiera, respondió: “Soy mexicano”. Y agregó: “Nadie ama más la vida que nosotros porque estamos muy conscientes de la muerte. Y apreciamos tanto la vida porque vivimos con la muerte. Todos en este planeta abordamos un tren cuyo destino final es la muerte. De modo que la consigna es ‘vivir, disfrutar, amar y ser libres…’ Y creo que cuando eliminas una de las partes de la ecuación, esta se convierte en un panfleto. Pero cuando tomas en cuenta la oscuridad para encender la luz, esa es la realidad”.

Es muy fácil inventar monstruos. Pueden ser gigantes, como Godzilla, haber sido concebidos por Hollywood y existir en un recodo del Amazonas, como el monstruo de la Laguna Negra, o parecer normales e inofensivos como suelen parecer los políticos, y muy específicamente los políticos mexicanos. Lo dificíl, en cualquier caso, pero imposible en el caso mexicano, es que, pese a su monstruosidad, sean humanos.

No sé si Guillermo del Toro se robó una idea primigenia con la intención de hacerla más bella. Una idea de monstruos concebida a partir de las improbables fantasías que suelen ser inherentes a la idea de un mundo ideal. Sí sé, en cambio, que al igual que Jules Verne quiso ponerle un punto final a una historia inconclusa, ambigua, incierta… de la cual se enamoró.

Será el Oscar a la Mejor Película o al Mejor Director. Pero la noche de este domingo, Guillermo del Toro será el Jules Verne de Edgar Allan Poe. Y se volverá eterno.

O, solamente y por fortuna, Guillermo del Toro.

Asuntos Pendientes Antes de Morir

El año de 1897, desde el 1 de enero hasta el 15 de diciembre, en Le Magazin d'éducation et de récréation, una revista publicada quincenalmente en Francia, se publicó una novela por entregas (que apareció completa en tanto libro el 24 de junio de ese mismo año), titulada Le sphinx des glaces (La esfinge de los hielos). El autor de la misma era un tal Jules Verne.

Verne, que había nacido en la ciudad de Nantes el año de 1828, además de visionario se convertiría, gracias a los oficios traductores de Charles Baudelaire, en un seguidor, discípulo y amante irredento de un ignoto escritor estadounidense —tanto o más maldito que el propio Baudelaire— que, sin embargo, había fascinado con su prosa poética al enfant terrible de la literatura francesa del siglo XIX. Aquel escritor se llamaba Edgar Allan Poe y había muerto casi cinco décadas antes, con precisión el 7 de octubre de 1849.

La esfinge de los hielos era, además de un homenaje, una continuación de la novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym de Nantucket, la única escrita por Poe, quien siempre prefirió el arte del cuento y los relatos cortos por encima de las historias largas y, consecuentemente, confusas.

Las aventuras de Arthur Gordon Pym de Nantucket es una novela de culto en tanto es mala y caótica en exceso, amén de ser la única que escribió Poe. Pero, al mismo tiempo, contiene la dialética enrevesada y absurda, la poesía infame y aterrenal, de uno de los escritores más complejos y fascinantes de la literatura universal. Tanto, que su final es tan ambiguo y absurdo como lo era la mente Poe en ese tiempo: una mente brillante atribulada por el alcohol y el laudano.

Sin tecnología ni redes sociales de por medio, con tan sólo los viajes de navíos que comunicaban a Francia con Inglaterra a través del Canal de la Mancha, y lo mismo a Inglaterra con los Estados Unidos, la novela inconclusa de Poe, y su conclusión relatada por Verne, son dos historias débiles que dan pie a una completamente colosal. Dos narrativas, dos lenguas, que buscan descifrar un misterio en las regiones inéditas del Polo Sur.

En semanas recientes, la película The shape of the water del cineasta mexicano Guillermo del Toro, la cual detenta la mayor cantidad de nominaciones (13) en la que será la 90 entrega de los Premios Oscar, ha sido objeto de controversia en tanto se le acusa a un mismo tiempo de ser un plagio de un cortometraje holandés (The space between us) y de la obra teatral Let me hear you whisper, original del dramaturgo estadounidense Paul Zindel.

En una y otra y otra obra, un ser vivo cuyo elemento vital es el agua, algo parecido a un monstruo, pero al mismo tiempo, poético —y, si no un monstruo, un ser opuesto o disímbolo o diferente a la antropología de lo que hoy conocemos como homo sapiens—, es objeto de adoración por parte de tres mujeres distintas a las que les va la vida en liberarlo. Y es así para en un acto de catarsis liberarse a ellas mismas, o para encontrar en ese monstruo-objeto-hombre una forma de darle sentido a sus vidas.

Las historias, sin duda, se parecen. Específicamente en cuanto a su premisa: “Si libero al monstruo habré liberado al mundo de esa parte absurda de dolor y odio que tácimente le pertenece. Y en el festín de dicha libertad acaso encuentre el sentido que le hace falta a mi vida: pertenecer a algo, a alguien, a quien, en desafío abierto al establishment, no debería siquiera imaginar”.

En la conferencia de prensa que tuvo lugar después de la ceremonia en que se concedieron los premios Golden Globe, y en la cual Guillermo del Toro fue premiado como Mejor Director, una periodista de origen chino preguntó: “Usted tiene la extraordinaria habilidad de ver el lado oscuro de la naturaleza humana, la fantasía y el terror, pero también es una persona alegre y amorosa… ¿Cómo puede hallar tal balance?” Del Toro, sin pensarlo siquiera, respondió: “Soy mexicano”. Y agregó: “Nadie ama más la vida que nosotros porque estamos muy conscientes de la muerte. Y apreciamos tanto la vida porque vivimos con la muerte. Todos en este planeta abordamos un tren cuyo destino final es la muerte. De modo que la consigna es ‘vivir, disfrutar, amar y ser libres…’ Y creo que cuando eliminas una de las partes de la ecuación, esta se convierte en un panfleto. Pero cuando tomas en cuenta la oscuridad para encender la luz, esa es la realidad”.

Es muy fácil inventar monstruos. Pueden ser gigantes, como Godzilla, haber sido concebidos por Hollywood y existir en un recodo del Amazonas, como el monstruo de la Laguna Negra, o parecer normales e inofensivos como suelen parecer los políticos, y muy específicamente los políticos mexicanos. Lo dificíl, en cualquier caso, pero imposible en el caso mexicano, es que, pese a su monstruosidad, sean humanos.

No sé si Guillermo del Toro se robó una idea primigenia con la intención de hacerla más bella. Una idea de monstruos concebida a partir de las improbables fantasías que suelen ser inherentes a la idea de un mundo ideal. Sí sé, en cambio, que al igual que Jules Verne quiso ponerle un punto final a una historia inconclusa, ambigua, incierta… de la cual se enamoró.

Será el Oscar a la Mejor Película o al Mejor Director. Pero la noche de este domingo, Guillermo del Toro será el Jules Verne de Edgar Allan Poe. Y se volverá eterno.

O, solamente y por fortuna, Guillermo del Toro.

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