Para nadie es secreto que el servicio de transporte público en nuestra ciudad es deficiente, es precisamente uno de los pendientes que las distintas administraciones públicas no han querido o no han podido solucionar. Estudios académicos han analizado la percepción de las y los juarenses, las conclusiones son contundentes: contamos con servicio caro, peligroso para el tránsito, contaminante, obsoleto, hostil a los usuarios y difícil de regular debido a los intereses creados.
Las condiciones del transporte público en nuestra ciudad han propiciado que instituciones como el Banco Mundial hayan recomendado la reestructura del sistema para ofrecer mejores condiciones de uso, así, las administraciones municipales y estatales reaccionan, algunas veces de manera correcta y otras no tanto, pero siempre generando polémica y debate, eso es positivo ya que se trata de inversiones millonarias que involucran cientos de miles de habitantes con efectos a largo plazo. Luego entonces, no extrañan las críticas a favor y en contra en torno a la segunda ruta troncal del incipiente transporte semimasivo en Ciudad Juárez, tampoco nos parece ajeno que en pleno proceso electoral las y los candidatos tomen posición, es parte de la estrategia válida para persuadir a las y los votantes. Lo reprobable es la radicalización y la negación a la negociación para dirimir diferencias de una realidad: la imperante necesidad de cambiar la lógica arcaica de las “ruteras” por algo mucho mejor. Lo merecemos.
La precariedad del servicio de transporte se suma a la crisis de movilidad que en nuestra ciudad se comenzó a gestar con la entrada a una supuesta “modernidad” a partir de el asentamiento de la Industria Maquiladora de Exportación en el lejano 1965, al aumento de la población y al desmedido desbordamiento de la mancha urbana. En medio de las coyunturas se gestó la desorganización del transporte colectivo, que operaba y opera bajo la condición clientelar al servicio de algunos gobiernos y sus partidos políticos.
Se han vuelto parte del paisaje urbano las unidades en malas condiciones mecánicas adaptadas para pasajeros cumpliendo muy bajos parámetros de seguridad, circulando y violando normas de tránsito, mientras que las usuarias y usuarios contemplan involuntariamente la competencia entre los ruteros por aumentar el pasaje, consumo de drogas y alcohol, saturación de unidades, acoso sexual, robos, asaltos. Las “ruteras” han ayudado a propagar el estigma de la violencia en contra de las mujeres juarenses, es más que evidente la urgencia por mejorar el servicio.
Como respuesta a esta situación, los gobiernos han trabajado en la implementación de un sistema de transporte masivo tipo BRT -por sus siglas en inglés Bus Rapid Transit-, sistema caracterizado por autobuses de mayor capacidad circulando en carril confinado, con condiciones de comodidad notablemente mejores a las ofrecidas por las “ruteras”, con estaciones fijas y cobro por dispositivos electrónicos. El BRT se constituyó en el ideal para dotar de solución eficaz a los desplazamientos en transporte público, en otras metrópolis se ha logrado marcar un hito muy importante en la movilidad de los habitantes. A la relación costo – beneficio se le añade la menor inversión y la flexibilidad en la operación en comparación con un sistema ferroviario. En otras palabras, la experiencia latinoamericana dicta que en ciudades como la nuestra el BRT es la mejor opción para modernizar el servicio.
Las preguntas son varias y giran en torno a temas como: la razón del incipiente número de rutas de este tipo; los mecanismos de socialización y de incorporación de propuestas ciudadanas; los esquemas de operación; los indicadores de evaluación; las futuras rutas troncales; el origen del financiamiento; condiciones de transparencia y rendición de cuentas.
Bienvenidas más rutas troncales, bienvenidas las críticas, que aumente la calidad del debate.