/ viernes 1 de noviembre de 2024

Silencios, desvelos y recuerdos

En esta lúcida conciencia, se ama el génesis y lo más preciado, pero puede suceder lo desconocido e imprevisto que se diluye bajo la lluvia torrencial, dejando al esqueleto descubierto frente a la planicie de la ventana, para buscar consuelo bajo la sombra de la buganvilia.

El esbozo de luz es una comparsa, para nombrar todo lo que pueda ser nombrado, en este universo de aporías y adivinanzas, frente a las miradas que se reúnen en la plaza y se pasean frente al sol.

Pero cuando se levanta el silencio de la noche, evito las pesadillas de madrugada; cierro lentamente los ojos e intento conciliar el sueño.

Mañana será otra historia y pasado el tiempo, tendremos el recuerdo de habitar muebles deshidratados, además de tapar las paredes cuarteadas con fotos de tertulias agotadas y cenizas diluidas.

Al mismo tiempo y en otro lugar distante, un velo de llovizna cuelga del cielo en diminutos hilos de agua, atrapa adivinanzas, paraísos, coincidencias y fortunas; mientras se descompone la estética de una telaraña y los cantos de algunos pájaros son cobijados por el eco, mientras la luz resbala por el jardín.

Los rezos y las plegarias quedaron estampados en el cristal quebrado de la ventana, desde entonces cada fragmento tiene la memoria y la historia vivida, pero lo más importante, será el recuerdo tangible de quien se atreva a contarlo.

Recordemos, que nada permanece en su sitio, el adobe me presta su sombra, para guarecerme del frio, es hora de girar y seguir tejiendo, de unir rostros y nombres; pero también de algunas otras cosas más.

Porque sin duda el minutero es un ápice del lenguaje; ahí donde los signos y símbolos comulgan con otras especies reunidas en el tendedero del patio de la casa, que se ha convertido en un florilegio con ropa colorida, mientras el sol, se reinventa desde la orilla de la oscuridad.

El silencio es un ritmo quebradizo, empalmo vibrante, un pentagrama de la evocación de familia, mientras tanto elevo la mirada para abrazar todo aquello que compartimos, con nuestros seres queridos.

El desvelo del mortal transcurre entre lánguidos recuerdos, donde se asoma la sonrisa de una madre, un padre, un hijo o una hija, un hermano o un abuelo y la tibia atmosfera de la casa, para apreciar un tiempo de llovizna.

Porque sin duda, todo regresa al origen y al mismo lugar, para beber y compartir el agua que gestó la vida.

No es nada extraño, sabemos que en un minuto todo puede acabar, ya que el proceso de la muerte es imprescindible para comprender el funcionamiento de la vida.

La muerte habita y se hace presente para descubrir nuestras contradicciones, aspiraciones, debilidades y grandezas.

Frente a esta premisa, la muerte se convierte en una realidad permanente a través de todas las culturas, nos hace recordar que somos mortales.

Ya que la única constante que tenemos, es el cambio evolutivo que se dilata en el cosmos, el cual también tiene su propio tiempo de conversión.

Frente a este escenario ahí está el ser humano, solo, sin ayuda, sin dioses y sin magias, frente a las puertas de la muerte.

Sin embargo, aquel ser querido que ya no está entre nosotros, seguirá vivo mientras haya quien lo recuerde porque: “la vida cuando la fragmentamos le llamamos muerte” mientras tanto “nos une el polvo de los muros, la sonrisa de un niño, el alimento compartido, el sueño quieto de esta noche, tu corazón que no deja de latir, el retrato en la pared, el beso eterno que surge entre el sol y la luna: nos une el sentimiento de la muerte, símbolo y coronación de esta vida.

Tradición que nos da identidad, pero también libertad de pensamiento, para movernos en un sinfín de emociones, sobre la línea delgada de la creación, girando y vuelto a girar, para deshacernos de horrores y desamparos.

Recordemos que la vida, es el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte o, mejor dicho, es el conjunto de actos que un viviente realiza.

Porque el juego perverso entre la vida y la muerte, es de tensiones, angustia y pasiones; algo inexorable que causa temor, al descubrir el de la muerte y al mismo tiempo la expectación por la espera, y la conciencia de saberla cierta.

Ya que morir lleva muy poco tiempo, porque hay quien dice que no duele.

¿Sera cierto?

En esta lúcida conciencia, se ama el génesis y lo más preciado, pero puede suceder lo desconocido e imprevisto que se diluye bajo la lluvia torrencial, dejando al esqueleto descubierto frente a la planicie de la ventana, para buscar consuelo bajo la sombra de la buganvilia.

El esbozo de luz es una comparsa, para nombrar todo lo que pueda ser nombrado, en este universo de aporías y adivinanzas, frente a las miradas que se reúnen en la plaza y se pasean frente al sol.

Pero cuando se levanta el silencio de la noche, evito las pesadillas de madrugada; cierro lentamente los ojos e intento conciliar el sueño.

Mañana será otra historia y pasado el tiempo, tendremos el recuerdo de habitar muebles deshidratados, además de tapar las paredes cuarteadas con fotos de tertulias agotadas y cenizas diluidas.

Al mismo tiempo y en otro lugar distante, un velo de llovizna cuelga del cielo en diminutos hilos de agua, atrapa adivinanzas, paraísos, coincidencias y fortunas; mientras se descompone la estética de una telaraña y los cantos de algunos pájaros son cobijados por el eco, mientras la luz resbala por el jardín.

Los rezos y las plegarias quedaron estampados en el cristal quebrado de la ventana, desde entonces cada fragmento tiene la memoria y la historia vivida, pero lo más importante, será el recuerdo tangible de quien se atreva a contarlo.

Recordemos, que nada permanece en su sitio, el adobe me presta su sombra, para guarecerme del frio, es hora de girar y seguir tejiendo, de unir rostros y nombres; pero también de algunas otras cosas más.

Porque sin duda el minutero es un ápice del lenguaje; ahí donde los signos y símbolos comulgan con otras especies reunidas en el tendedero del patio de la casa, que se ha convertido en un florilegio con ropa colorida, mientras el sol, se reinventa desde la orilla de la oscuridad.

El silencio es un ritmo quebradizo, empalmo vibrante, un pentagrama de la evocación de familia, mientras tanto elevo la mirada para abrazar todo aquello que compartimos, con nuestros seres queridos.

El desvelo del mortal transcurre entre lánguidos recuerdos, donde se asoma la sonrisa de una madre, un padre, un hijo o una hija, un hermano o un abuelo y la tibia atmosfera de la casa, para apreciar un tiempo de llovizna.

Porque sin duda, todo regresa al origen y al mismo lugar, para beber y compartir el agua que gestó la vida.

No es nada extraño, sabemos que en un minuto todo puede acabar, ya que el proceso de la muerte es imprescindible para comprender el funcionamiento de la vida.

La muerte habita y se hace presente para descubrir nuestras contradicciones, aspiraciones, debilidades y grandezas.

Frente a esta premisa, la muerte se convierte en una realidad permanente a través de todas las culturas, nos hace recordar que somos mortales.

Ya que la única constante que tenemos, es el cambio evolutivo que se dilata en el cosmos, el cual también tiene su propio tiempo de conversión.

Frente a este escenario ahí está el ser humano, solo, sin ayuda, sin dioses y sin magias, frente a las puertas de la muerte.

Sin embargo, aquel ser querido que ya no está entre nosotros, seguirá vivo mientras haya quien lo recuerde porque: “la vida cuando la fragmentamos le llamamos muerte” mientras tanto “nos une el polvo de los muros, la sonrisa de un niño, el alimento compartido, el sueño quieto de esta noche, tu corazón que no deja de latir, el retrato en la pared, el beso eterno que surge entre el sol y la luna: nos une el sentimiento de la muerte, símbolo y coronación de esta vida.

Tradición que nos da identidad, pero también libertad de pensamiento, para movernos en un sinfín de emociones, sobre la línea delgada de la creación, girando y vuelto a girar, para deshacernos de horrores y desamparos.

Recordemos que la vida, es el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte o, mejor dicho, es el conjunto de actos que un viviente realiza.

Porque el juego perverso entre la vida y la muerte, es de tensiones, angustia y pasiones; algo inexorable que causa temor, al descubrir el de la muerte y al mismo tiempo la expectación por la espera, y la conciencia de saberla cierta.

Ya que morir lleva muy poco tiempo, porque hay quien dice que no duele.

¿Sera cierto?

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