Sabemos que la palabra “mentira”, de donde surja o tenga su origen, no es nada grato escucharla, ya que es mordaz y casi siempre causa problemas a alguien, una empresa o institución.
De tal forma que solo hay una clase de verdad, pero muchas categorías de mentiras; ya que es muy común hablar de “mentiras piadosas” cuando se engaña para intentar evitar un mal. De “medias verdades” para ilustrar las afirmaciones equívocas. De una “gran mentira” para enfatizar la escala e impacto de un embuste. De “embrollo”, referido a los juegos del lenguaje utilizados para despistar y de “chismes” para desechar mentiras ingeniosas.
De acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española; “mentira” implica una cierta intencionalidad; es decir que se refiere a una expresión contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente.
Curiosamente la mentira surge por la necesidad de elevar la autoestima, o de ser reconocido(a) por un grupo social y también para evitar conflictos (especialmente en el trabajo); además de la inherente necesidad de tener siempre la razón, o de manipular a otras personas para alcanzar nuestros objetivos.
Además, se ha considerado la mentira, como un instrumento necesario, para la actividad política entre el gobernante y el gobernado.
Ciertamente, se ha debatido la traducción de la palabra “mentira” y algunos han propuesto otra distinta: como falsedad o una simple simulación.
A lo largo de la historia, la “mentira” la encontramos enunciada en el libro III de la República (414 a-C). En esta obra Platón, persuade a los reyes-filósofos, a tomar las riendas para gobernar, pero;
¿Cuál sería la razón de interesar a un filósofo, en las tareas de gobierno después de haber alternado con las ideas perfectas?
Donde ni el castigo, ni la remuneración, serían suficientes para gobernar. Interesante saber, que entonces es necesario encontrar una artimaña, que los convenza de ser gobernantes, para emitir una retórica convincente a los gobernados.
Extrañas armonías, aceptar que todos los humanos son “hijos de la madre tierra” y que servirla como a la madre carnal, es un acto de “justicia elemental”, que implica tratar a todos fraternalmente como iguales.
Recordemos que quien ejerce la mentira, por un momento tiene el poder sobre otros, o por encima de otros para logra sus propósitos.
De esta manera, la “mentira noble” funciona como un mito fundacional, que compete al filósofo a aceptar las tareas de gobernante.
Después de este precepto, sin la mentira noble, Platón nunca hubiera vislumbrado, cómo es que alguien desearía gobernar la Caverna, después de haber salido de ella y cómo aceptaría la igualdad de los hombres, cuando hay evidencia de lo contrario.
La “mentira noble” persuade a costa de contradicciones; porque, por un lado, se necesita que el “yo” se identifique con el “nosotros” para fundamentar la unidad social e igualdad.
Pero sabemos que, para ello tenemos el recurso del mito de la madre tierra: una sola madre de todos los humanos igualados como hermanos.
Pero, por otro lado, se necesita reconocer la desigualdad entre los mismos, para la división del trabajo, según un principio vocacional que indica a cada cual lo suyo.
Para ello se apelaría a las diferencias resultantes de haber fundido las almas en distintos metales según Hesíodo (415 a-C), oro, plata y cobre, para diferenciarnos de otros al ejercer la mentira. Que es la única forma de resolver la contradicción entre la contemplación filosófica y la acción política, o entre la igualdad fraternal y la desigualdad laboral.
Aunque parece trabalenguas, con toda seguridad se pueden aplicar los mismos preceptos de Platón, ya que desde entonces tenemos escenarios semejantes en pleno S XXI.
Porque la mentira noble, reside en el beneficio de los gobernados, similar cuando se suministra un brebaje que sabe mal, pero que al final cura al enfermo, así que todos quieren probar.
Entonces, la mentira cumple con su misión, que es la de persuadir, por el solo hecho de transmitir la verdad desnuda, ya que siempre se recomienda mentir a los gobernados por su bien, debido a que agrega una asimetría entre gobernantes y gobernados, o entre quien dice la mentira y quien momentáneamente se convence de su realidad ficticia.
Así que estimado lector; ¿Usted ejerce la noble mentira, para elevar su autoestima y manipular a otras personas para lograr sus objetivos? ¿O tal vez sigamos pensando que es un mito y tenemos todo el derecho de ejercerla noblemente?