En medio de una apretada agenda durante su visita a México, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, visitó la UNAM, un día antes de la toma de posesión de Claudia Sheinbaum como Presidenta de México. Ahí impartió la conferencia "Deuda por clima: la propuesta de Colombia potencia de la vida para salvar el planeta".
El mandatario expuso su visión crítica del cambio climático, que fue durante muchos años su narrativa social, con la que fue ganando espacios políticos en su país, hasta llegar a la presidencia.
En pocas y muy simplificadas palabras, Petro vincula el aumento de la acumulación de los gases de efecto invernadero a la producción industrial en masa generada por el capitalismo desde la Revolución industrial, que usa de manera intensiva energías fósiles para generar cada vez más productos en una cantidad de tiempo menor. Ha generado mucha plusvalía, pero al costo de destruir la naturaleza.
Cambio climático que ha hecho ya crisis y que tiene dos alertas importantes en curso: deshielo en los polos e incendio del Amazonas, ambos fenómenos en curso. El agua se acabó en Bogotá y la Ciudad de México se encuentra en etapa de estrés hídrico, que no augura nada bueno en los años por venir.
Desde esta perspectiva, revertir el uso intensivo de energías fósiles va en contra de la lógica neoliberal de mejorar siempre la productividad, basada en una supuesta línea siempre ascendente de progreso industrial, cuando en realidad estamos al borde de la extinción de nuestra especie. La sexta desde que empezó el mundo, aunque las cinco anteriores no sucedieron con vida humana en el planeta.
Niega la narrativa de que “todos estamos acabando con el planeta”. Asegura que ese deterioro es responsabilidad del 1% de la población, la más rica, la dueña de los medios de producción y su voracidad.
Ningún plan mundial, hasta ahora, ha funcionado para mitigar los efectos del CO2 descontrolado en la atmósfera. Los planes de la Agenda 2030 van rezagados, y todo por esa compulsión de producir cada vez más; por esa meta siempre insaciada de generar mucha ganancias y plusvalía de manera veloz, en una carrera suicida en la que están subidas hasta la potencias que se declaran anticapitalistas, como China.
Peor aún, el mandatario colombiano ve que el desarrollo de la inteligencia artificial es un nuevo paso hacia la aceleración de ganancias, usando para ello cerebros tecnológicos ultraveloces, capaces de sustituir la mano de obra de millones de seres humanos, incapaces ya de llenar las expectativas de producción de la industria, lo que generará, inevitablemente, problemas sociales, desplazamientos, guerras por los alimentos y el agua.
Petro no ve otra que generar una revolución donde el mundo escuche a los científicos y se aleje de los líderes irracionales, tipo Donald Trump, que pregonan que no hay riesgo, que todo es una patraña woke.
Una revolución productiva basada en las energías solar y eólica, que seguramente no producirán lo mismo que los fósiles, pero cuyo costo accesible por venir de energías renovables las haría más democráticas, más parejas en su uso. Con menos desplazamientos contaminantes y un home office casi permanente. Una revolución que comience en lo local, en la comunidad, en el barrio. Con mejor calidad de vida para todos.
Esto, sin embargo, implicaría un trastocamiento de las actuales relaciones sociales de producción, que a los actuales mandamases del mundo no conviene. Para él, lo que estamos viendo en Medio Oriente no sólo es una guerra religiosa local, sino un manotazo de las potencias para mostrar su capacidad armamentista y decirle al mundo: “tenemos el poderío, a los Ejércitos y podemos acabar con comunidades y países enteros si nos lo proponemos. Nadie se puede rebelar.”
Petro fue invitado a la Universidad por el Programa Universitario para el Estudio de la Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS), que encabeza John Ackermann, con la presencia del rector Leonardo Lomelín.