Cuando nace el Partido Nacional Revolucionario (PNR), el 4 de marzo de 1929, Plutarco Elías Calles lo conforma con cuatro sectores: obrero, campesino, popular y militar. Diez años después, cuando se transforma en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) se mantienen dichos grupos.
Sin embargo, en 1946 el partido vuelve a reformarse, ahora como Partido Revolucionario Institucional (PRI) y desaparece el sector militar, que ya no era necesario conforme la Revolución mexicana fue apropiada por los civiles y por efecto de una necesaria neutralización política del Ejército.
Pero hete aquí que poco más de 70 años después, las Fuerzas Armadas retomaron poder político y económico de la mano del presidente Andrés Manuel López Obrador, conformando un brazo más del movimiento de la Cuarta Transformación, que reconfiguró al partido oficial.
Mismo que se integra ahora por un sector popular fuerte, que tiene como base la clientela integrada a partir de los programas sociales de Morena; un sector obrero incipiente que desplazó a la vieja CTM y tiene líderes emergentes como Pedro Haces, un Fidel Velázquez en potencia; un sector campesino débil; y un poderoso Ejército que ha alcanzado protagonismo político, policiaco y empresarial como nunca antes en la historia.
Al asignarle tareas no sólo de seguridad nacional sino interior, con la Guardia Nacional bajo su mando; al colocarlos al centro del desarrollo de los mayores proyectos de infraestructura del sexenio, otorgándoles el poder de negociar enormes cantidades del presupuesto federal con los empresarios de este país; y al tenderles un velo de impunidad y opacidad absoluta, clasificando todos sus movimientos como asunto de seguridad nacional, sin posibilidad de ser rastreados o auditados, el presidente que se va deja unas milicias comprometidas y aliadas de su movimiento político, a las que quitó su carácter neutral.
No por nada el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, aparece en las conferencias mañaneras usando el mismo lenguaje confrontativo y acrítico del mandatario, mimetizado totalmente en la 4T. No en balde el presidente prefirió fallarle a los padres de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa que investigar al Ejército.
Por eso también los exculpa de la matanza del 68 (“cumplieron órdenes de civiles perversos y más bien fue el Estado Mayor Presidencial”). Ni los critica como cuando explícitamente renuncian a ejercer su función pacificadora de la nación, como lo acaba de hacer el general Francisco Jesús Leana Ojeda, comandante de la Tercera Región Militar, destacado en Sinaloa.
Idealizándolos, los ha llamado “pueblo uniformado”, barrera contra la corrupción, pues son “incapaces” de acto de corrupción alguno. Han sido, en muchos sentidos, el eje de gobierno de la Cuarta Transformación.
Sin embargo, quitarle a las Fuerzas Armadas su carácter neutral, compromete a la democracia mexicana y hace que las armas adquieran un color partidista, que puede ser usado sólo por una fracción del espectro político en contra de las demás. El monopolio de la violencia legítima pasa de ser atribución del Estado a propiedad del oficialismo guinda, en detrimento de una sociedad hetoregénea y plural como la mexicana.
¿Qué pasará cuando el gobierno cambie de manos, de darse una eventual alternancia?, ¿con quién estarán la lealtad del Ejército y la Marina, hoy seducidas por el gobierno en turno, si en los hechos ya conforman, de nuevo, el sector militar del partido oficial?