La cultura es el fundamento de la ciudadanía y la cohesión social de cualquier comunidad. En ese sentido, la responsabilidad de la universidad pública en el ámbito cultural es imprescindible, al ser la única que puede asumir el liderazgo cultural en un espacio social común al estar en posibilidad de dejar de lado los intereses privados. Este carácter público, significa priorizar en la política institucional la salvaguarda de los sentimientos sociales expresados en la multiplicidad de manifestaciones humanas; de las interpretaciones académicas sobre el significado de dichas expresiones; así como del aseguramiento de la difusión mediática de los testimonios culturales.
Mas allá de la retórica, la universidad pública mexicana, por ley, no puede eludir la responsabilidad de su papel fundamental en la cultura, al ser su ámbito superior inmediato de su quehacer educativo. La educación es parte de la cultura, y no hay desarrollo sin cultura. Por lo tanto, esperaríamos que en nuestra región fronteriza, la UACJ fuera la guía de dicho desarrollo a través de su liderazgo cultural. Es por lo anterior que esperamos que el responsable de la gestión cultural, deberá ser una persona que haga un balance entre la preservación de la alta cultura con la emergencia de la cultura popular; alguien que asegure la formación del hombre culto para que sea innovador e incluyente, sensible y solidario, más allá de los intereses del mercado y de la cultura como bien de consumo.
¿Qué tenemos en la UACJ? Más allá de la experiencia, actitudes, antecedentes y capacidades de quienes dirigen las nuevas formas de gestión cultural en la institución, resultan preocupantes las políticas culturales y decisiones que en muy poco tiempo han generado crisis en varios ámbitos del quehacer cultural universitario. Me refiero de manera específica a labor de Bellas Artes, a los grupos representativos y a la Orquesta Sinfónica de la UACJ. Mención aparte en un espacio posterior a este escrito, merecerá la gravísima crisis de los servicios informativos de nuestra universidad, que fueron miopemente ubicados en la administración duartista dentro del ámbito de la gestión cultural.
En primera instancia tenemos el caso de los talleres de formación artística, que impacta a una comunidad artística representada por más de 3,000 participantes formados por alrededor de 100 instructores, y que se encuentran ante la amenaza de ver reducido en al menos la mitad de la oferta de formación en los talleres. Al día de hoy, este importante grupo ha sido expulsado del Centro Universitario de las Artes (CUDA), bajo la racionalidad de la priorización de las tareas académicas sobre las tareas de extensión. El resultado: el CUDA está vacío, tan solo ocupado por los pocos estudiantes de las licenciaturas de música y producción musical; la oferta más incluyente, pertinente y accesible de formación artística en la región, se encuentra en plena reducción y cada vez más orientada a una racionalidad mercantil; el sacrificio económico de 100 maestros de arte, será tal que no podrán sobrevivir de su labor docente. Un caso similar, nos cuentan que se vive con la gestión de los grupos representativos, donde la exigencia laboral quiere convertir el arte en un símil de la producción industrial: cumplimiento riguroso del horario, aumento del tiempo dedicado a ensayos y presentaciones, amenazas de despido a los integrantes más veteranos; esto aunado a maltratos y venganzas personales, todo por salarios realmente bajos. Por último, pero con mayor gravedad se encuentra la crisis de la Orquesta Sinfónica de la UACJ, la cual ha desaparecido por decreto y que tan solo cumplirá con los últimos compromisos ineludibles de presentación durante el año.
El caso de la Orquesta Sinfónica merece una mayor reflexión por las supuestas causas de su desaparición y las absurdas ideas para “tapar el hoyo” que ha dejadao la pasada adiministración. Al parecer, como en todos lados sucede, se trata de viejas rencillas entre los miembros de la orquesta y los que ahora se encuentran en la dirección cultural. Bajo la justificación económica de la baja relación costo-beneficio, han planteado que una afluencia de 400 personas a los conciertos no justifican una inversión de 7 millones de pesos al año en presentaciones de la orquesta, por lo que catalogan a la orquesta como un gasto superfluo, un lujo. Para los nuevos tomadores de decisiones en la UACJ, la orquesta es un caro entretenimiento, ignorando que contrario a lo que pueden ver, nuestra Orquesta Sinfónica es la voz de nuestra universidad, que representa lo mas alto y sublime que nuestra comunidad puede dar al mundo. La Orquesta Sinfónica de la UACJ es en sí misma un valor social que armoniza, cohesiona y da voz al pasado, presente y futuro de nuestra comunidad, ¡No es un simple lujo y no puede simplemente sustituirse con la incipiente Orquesta Juvenil! Recordemos lo que dijo Arthur Schopenhauer, “…en la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad”, por lo que lanzo la pregunta, ¿Qué música le queremos dar a nuestra realidad?.